Peso sin peso2 minutos de lectura

El peso latinoamericano, con su debilidad crónica, siempre pierde frente al dólar. En este desigual intercambio, cada billete verde que entra al país subdesarrollado tiene un peso multiplicado; pero cuando sale, lo hace dejando un vacío devastador. Para el comerciante local, esto significa competir contra gigantes que no solo llegan con financiamiento barato, sino con una moneda que, al convertirse en pesos, adquiere un poder aplastante. No es un mercado justo; es un terreno inclinado en el que cada ventaja está diseñada para favorecer al extranjero y condenar al local.

Pensemos en un emprendedor dominicano que debe abrir su negocio con un préstamo que carga intereses superiores al 15% y una vida cara en su país, mientras su competidor extranjero accede a tasas inferiores al 2% pudiendo mantenerse en ese mismo país que para el dominicano es caro de una manera más fácil con el dinero extranjero.. Esta no es solo una brecha financiera, es un abismo que define quién domina y quién desaparece. Mientras el comerciante local pelea contra el peso de sus deudas, las cadenas financiadas con capital extranjero fulminan el mercado nacional.

Nuestros líderes políticos se han convertido en cómplices de este saqueo. Con discursos repletos de promesas, sacrifican la soberanía económica en favor de un crecimiento ficticio. Hablan de inversiones extranjeras como salvación, pero las estadísticas que celebran y anuncian solo brillan en reportes internacionales, lejos de las manos del pueblo. El ciudadano común no siente ese supuesto progreso; lo que sí experimenta son la pérdida de su independencia económica al ver cada día más empresarios extranjeros quitarles la comida de la boca, esta dependencia se profundiza con cada tratado o acuerdo que el político firma, atrayaendo la inversión extranjera que bombea con un aire inmundo el PIB.

Mientras tanto, las ganancias de las empresas extranjeras no se reinvierten aquí. Una parte se destina a mantener su operación, pero el grueso regresa a su país de origen, consolidando sus economías mientras la nuestra queda vacía. Estos empresarios extranjeros no solo crecen; se convierten en actores internacionales que tributan y fortalecen a su nación natal, dejando a los países subdesarrollados en el papel de simples proveedores de recursos y mano de obra barata.

Esto no es globalización; es colonización económica. Si no recuperamos nuestra capacidad de proteger lo nuestro, si no apostamos por un modelo que priorice el desarrollo local, estaremos condenados a ser siempre los obreros de un sistema diseñado para mantenernos abajo.

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