Hay personas que cumplen todos los requisitos para ser extraordinarias: tienen el estilo, hacen lo que hacen las personas exitosas, dicen lo que dicen, pero simplemente no lo son.
Me refiero al típico perdedor que googlea o le pregunta a ChatGPT qué debe hacer para atraer mujeres, ser exitoso o «guay»: sigue las instrucciones al pie de la letra, pero nunca lo consigue. Estos muchachitos escuálidos y tímidos con espinillas encuentran en las listas de superación personal la receta para hacer el pastel perfecto. Y, sin duda, algunos logran amasar dinero, ponerse musculosos o aparentar éxito. Pero ese pastel, aunque luzca perfecto, no tiene sabor. En otras palabras, su actuación, su contenido y su mente siguen siendo las de un imbécil, aunque tengan todos los ingredientes. Por más que se vista al mono de seda, siempre será mono.
Muchos de estos nerds consiguen tremendo six-pack, grandes brazos y pecho, pero en la cara se les nota la imbecilidad, la falta de elegancia y la torpeza. Van al gimnasio como si fuera una tarea más, por pura disciplina, no porque dentro de ellos sientan el deseo genuino de levantar pesas o ser los más fuertes. Es solo una fachada. Les falta esa mentalidad que tiene quien va al gimnasio por su cuenta, sin buscar aplausos ni porque lo leyó en alguna lista de “cómo ser exitoso”. El nerd, simplemente, no tiene esa esencia.
Recuerdo un imbécil en el boxeo. Era el típico que se notaba que no amaba el deporte, pero lo hacía para intentar diferenciarse o ser interesante. Era disciplinado, eso sí. Iba todos los días, tenía tamaño, hacía buena técnica. Pero por más que intentaba pelear, nunca lo hacía bien. No tenía balance, sus golpes no tenían fuerza, cerraba los ojos ante un golpe, no era valiente. En resumen: era un perdedor.
Esta nueva época de glorificación del éxito ha llevado a todos a querer ser «grandes», pero la realidad es que no todos pueden serlo, por más que lo intenten. El mundo está lleno de perdedores porque intentan ser todos las misma persona, cuando dios la naturaleza o el azar les dio talentos diferentes. El mejor peleador, el más rudo, no se levantó un día diciendo: «¿Qué puedo hacer para dejar de ser un imbécil?» No, él gravitó naturalmente hacia las peleas porque quería vencer físicamente a los demás. El león no necesita ser instruido para cazar, simplemente lo hace porque es su naturaleza.
El que es extraordinario no sigue una receta; el que es extraordinario no pregunta «cómo». Simplemente lo es. Por más que una salamandra quiera, intente o se comporte como un león, nunca lo será.