La técnica es vista como el componente más importante en el área donde se aplica. Sea en deportes, artes o rama de conocimiento existen unas directrices bien marcadas cuyos expertos reconocen como la forma correcta.
Desde la técnica de cómo agarrar el pincel para pintar un cuadro a la técnica de cómo debes de patear un balón de futbol lo primero que se nos enseña cuando asistimos a una clase es la técnica correcta. Un error en ella despierta alertas y dudas sobre nuestra capacidad.
Aunque me cataloguen de hereje la técnica no es palabra de dios. Es solo una costumbre que se ha sostenido mediante su repetición uniforme en el tiempo y que por ello disfruta de un aura de importancia. Lo importante no es como agarres el pincel, es que tan bonito queda el cuadro, no es como pateas el balón de futbol es que hagas el gol. Se ha confundió la forma con el fondo. Lo importante es lograr el fin no hacerlo “bonito”.
Siendo por ello más importante para el profesor como se lanza una pelota de béisbol envés de la fuerza y precisión con la que se lanza. La técnica es una caja cuadrada que limita nuestra creatividad y resilencia matando con ello todo progreso. Si se nos dice que algo no se puede hacer como lo hacemos o queremos hacer sino de una manera en específica, entonces todos los intentos de mejoras disruptivos mueren antes de nacer.
Prestar atención a la técnica de las cosas es autolimitarnos. Seguir un patrón conocido da a lugar a que solo aquel que estudio más y repitió más ese patrón venza. Es una competencia de memorización. Si en ves de inventar seguimos leyendo recetas y dando respuestas comunes, estamos computarizando la competencia y echando a perder nuestros dones.
Si no es la técnica que deberíamos de aprender, entonces que? Aprender la mejor manera de lograr el objetivo, sirviéndonos de nuestra singularidad. Es lo interno lo que vale, la voluntad y la fuerza. Aquella posición primordial que tiene hoy la técnica debería de tenerla el factor mental.