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En mi primer día en un gimnasio de boxeo de alto nivel, el entrenador nos puso a tirar combinaciones en el saco de boxeo. Para la sorpresa de todos solo necesite de dos golpes para despegar el saco de su base en el techo. El sonido del saco al caer al piso retumbó en todo el establecimiento, mis compañeros pausaron su rutina para ver anonadados el saco en el piso y algunos me incitaron a tirarle una foto, Solicitud que rechace por no importarme y no creer que había hecho algo especial, “como si fuese algo normal” habrán pensado mis compañeros porque me percaté que desde entonces se acrecentó mi aura de bestia aún más.

Debido a una lesión no pude seguir entrenando en el gimnasio, pero me encontré en varias ocasiones en distintos lugares con compañeros de ese gimnasio y me recordaban con admiración como el que tumbó el saco de boxeo.

Mi lesión se mejoró pero no volví a hacer boxeo en ese gimnasio. Fui a otro, mi reputación en ese lugar estaba hecha y solo podía deteriorarse. Sabía por mis años de experiencia dándole golpes al saco que si llegue a tumbarlo fue solo porque todos mis compañeros llevaban meses golpeándolo con fuerza. Si bien pegó más fuerte que ellos, dos trompones míos no son suficientes para despegar una base de hierro o romper un saco pero aún así no me perjudica que se me conozca por esa hazaña ni seré yo quien tire piedras sobre mi tejado.

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