Últimamente he viajado mucho fuera de mi país de residencia, por lo que me ha tocado coger varios vuelos.
Pero esta vez me encontré particularmente raro que un grupo de personas se tomara fotos frente al avión y que otras más grabarán el despegue.
Pensando sobre esto me percaté que yo era así mismo. Recuerdo que viajar en avión era para mi todo un evento, me sentía muy bien pero a la vez con mucho miedo por la posibilidad de un accidente aéreo por lo que aunque grababa el avión también solía rezar antes de cada vuelo.
Hoy día veo el avión como un bus, apenas abro la ventana para ver hacia afuera, me duermo antes del despegue, me resulta molesto tener que estar al lado de personas que no conozco y pasar por todo un procedimiento para entrar y salir.
Pero la realidad es que volar en avión es una actividad espectacular, símbolo de nuestro avance como especie. Una experiencia dichosa. Acaso no pagamos extra en países turísticos por entrar a miradores de unos 20 pisos por encima de la ciudad cuando en avión tenemos una vista superior a la del ave a más de 10,000 metros. Tenemos horas de diferentes formas de nubes, vista de paisajes urbanos, montañosos y costeros.
Viajamos miles de kilómetros y pagamos miles de dólares por encontrar experiencias extremas que nos hagan sentir vivos cuando en el avion sentimos una aceleración límite y experimentamos un ascenso comparable a las mejores montañas rusas. En cada vuelo corremos peligro real de morir con cada cambio de dirección pero aún así no nos sentimos con adrenalina. Me resulta impresionante como me manejo para ignorar todo lo bueno y solo ver lo malo al volar.
Creo que he dejado de sorprenderme ante semejante experiencia por la monotonía de tomar tantos vuelos, así como quien repite caviar varías veces deja de sentirse afortunado, el que vuela más de una vez deja de concentrarse en el presente y por ende pierde la sensibilidad a la experiencia. La primera vez todos nuestros sentidos están expectantes de cada movimiento las demás veces la predecibilidad hace que nuestra mente se distraiga y comience a inundarnos con pensamientos que entorpecen nuestra concentración. No saber es la fuerza del viajero.