“Pobre gente” oí al pasar por una comunidad de un campo recognito donde sus habitantes no cuentan con electricidad o inodoros. “Que pena, que infelices” mientras por la ventana de nuestro vehículo veíamos personas humildes de muy bajos recursos que abrían los ojos sorprendidos al ver la nave que se les acercaba. Me quede pensando en ello.
Puede que estás personas se encuentren en un estado de infelicidad ante nuestros ojos pero sospecho que esto no es más que un complejo de superioridad del ciudadano común, la realidad es que estas personas son más Felices que nosotros.
Estas personas poseen pocas cosas, pero no son pobres. La pobreza no es una cantidad determinada de bienes, ni es sólo una relación entre medios y fines; es sobre todo, una relación entre personas. La pobreza es un estatus social, un invento de la civilización. Un encaje ficticio dentro de un determinado juego llamado capitalismo pero que decae en absurdo al usarse como definición de personas que no están jugando este juego.
La infelicidad es algo subjetivo depende de nuestras expectativas. Estas personas no tienen las expectativas tan altas. No saben que se pierden de Suiza o de hawai. No dan por sentado nuestros lujos modernos. Más bien disfrutan de un presente suficiente, lo que hay es lo Que habrá. No son miserables porque no lo saben. Para ser miserable se necesita de la complicidad de nosotros mismos.
Nuestra mentalidad es una de escasez partimos de que no estamos completos que necesitamos mas y más cosas, cada esquina esconde un nuevo y mejor artilugio, el que se encuentra con recursos muy limitados cambia a una mentalidad de indiferencia que consigue un cambio de paradigma donde la felicidad no está en las cosas si no en otro lugar, en las personas.