Hoy en día no es difícil encontrar respuestas. Todo está escrito, todo está dicho, todo está disponible. Busques lo que busques, alguien ya lo explicó, lo analizó, lo debatió. El conocimiento ya no está escondido en bibliotecas secretas ni en la mente de unos pocos sabios. Está ahí, abierto, libre… casi vulgarizado.
Y sin embargo, se sigue eligiendo mal.
Porque el problema ya no es la oscuridad. Es la luz mal usada. Es tener una linterna en la mano y no saber hacia dónde apuntar.
Nos movemos entre opciones viables, caminos razonables, recomendaciones que suenan igual de convincentes. Pero el exceso de alternativas, lejos de empoderarnos, nos confunde. La decisión correcta no se encuentra en la acumulación de saberes, sino en la capacidad de ver lejos, de leer entre líneas, de elegir con visión, no solo con lógica.
El peligro no está en lo profundo. Está en lo superficial.
En esas aguas tibias y poco profundas que nos dan una falsa seguridad de comprensión. Donde creemos que sabemos porque leímos un resumen, escuchamos un podcast o nos aprendimos una fórmula. Pero esa confianza superficial es traicionera. Nos lanza a actuar sin claridad, a ejecutar sin fundamentos, a construir sobre arena.
El saber está sobrevalorado.Porque no es el saber lo que transforma. Es el hacer bien hecho.
La ejecución es lo que separa la teoría de la experiencia. Y solo la experiencia, esa que se gana con acción enfocada, con errores reales y decisiones vividas, nos permite reconocer cuál opción es la correcta… entre muchas que suenan igual de lógicas, igual de válidas, igual de atractivas.
No hay varias buenas opciones. Solo hay una. Las demás son, en distintos grados, errores disfrazados