En un país, una relación entre una persona de 40 años y una de 14 años puede florecer en un matrimonio estable y una familia numerosa. En otro, cruzando simples rayas imaginarias, esa misma relación resulta en una condena por pedofilia. ¿Cómo llegamos a este sinsentido, Donde dos humanos iguales sufren diferentes consecuencias ¿Cómo puede la geografía dictar lo que se puede o no se puede hacer?
Consideremos el hecho biológico de la menstruación. Este evento marca el inicio de la capacidad reproductiva en las mujeres. Este evento, que generalmente ocurre entre los 12 y 14 años, marca el inicio de la capacidad reproductiva en las mujeres. Esta perspectiva biológica y natural ha sido el fundamento para estructurar las normas sociales en torno a la edad de consentimiento y el matrimonio. Sin embargo, hoy vemos una desconexión radical entre esta realidad biológica y las leyes que se están imponiendo a través de organizaciones internacionales con una narrativa que no siempre se ajusta a las realidades locales.
El experimento del cerebro dividido nos ofrece una analogía poderosa. En estos estudios, los pacientes con hemisferios cerebrales desconectados realizan acciones sin una comprensión consciente de lo que están haciendo y luego inventan razones para justificarlas. Nuestra sociedad, como un cerebro dividido, actúa y luego busca desesperadamente racionalizar esas acciones, creando narrativas que sostengan nuestras normas y leyes.
Organizaciones internacionales, financiadas por potencias económicas, luchan para imponer una versión específica de la verdad. Mi abuela dio a luz a los 16 años y vivió una vida plena y feliz. Hoy, en muchos lugares, esa misma situación llevaría a alguien a prisión, su vida destrozada bajo el peso de una moralidad que no comprende ni respeta las realidades individuales y culturales.
Este fenómeno no es más que el último capítulo de un largo historial de imperialismo cultural. Las naciones poderosas dictan las reglas del juego, imponiendo sus valores como universales y utilizando su influencia para reescribir las normas de otras sociedades. Se nos dice que estamos defendiendo derechos humanos, pero estas son construcciones recientes, inventadas por quienes tienen el poder de imponer sus historias sobre los demás.
La verdadera tragedia es que estas imposiciones no sólo ignoran la diversidad cultural, sino que también destruyen vidas. Personas condenadas por pedofilia en un país podrían haber sido padres y abuelos respetados en otro. Las leyes, tal como las entendemos, son justificaciones post hoc, historias que nos contamos para sentirnos moralmente superiores.
Hasta que no reconozcamos esta desconexión, continuaremos perpetuando un ciclo de imposiciones y justificaciones que, aunque bien intencionadas, pueden resultar en nuevas formas de injusticia. Necesitamos un enfoque que respete tanto los derechos individuales como las prácticas culturales, un equilibrio que considere las complejidades de un mundo diverso