El fantasma6 minutos de lectura

En un pueblo perdido entre sombras y susurros, vivía un hombre cuyo nombre se perdía entre miradas acusadoras y murmullos crueles de un fantasma que le perseguía. Su existencia estaba marcada por el constante flujo de la percepción ajena, como una cascada implacable que lo arrastraba hacia la oscuridad.

Aquel hombre, cuyo corazón latía al ritmo de su fe, cuyo mayor orgullo era su familia y su vida recta, tenía una opinión formada por su fe, cultura y experiencia contraria a la homosexualidad.

En una ocasión, hablando con amigos y conocidos, surgió el tema de moda de la homosexualidad y él dio su opinión: si bien los practicantes deben ser dejados en paz en su felicidad, no es algo normal debido a ser solo un ínfimo grupo mundial quienes incurren en estas prácticas ni es digna la conducta. Esta opinión controvertida lo llevó a que algunos de los integrantes de la reunión dijeran jocosamente que ese comentario parecía el de un gay escondido, sintiéndose insultado pero aún así dándole el respeto que él sintió no recibir. Decidió abordar la pregunta negando que esa sea su orientación sexual y exponiendo como prueba de ello a su familia e hijos. Sin embargo, sus intentos fueron recibidos con más risas, y uno de los presentes comentó jocosamente que eso diría uno de ellos, pues muchas personas con familias llevan vidas de perversión oculta.

Desde ese momento, nuestro protagonista se sintió rodeado por una sombra que lo arrastraba. No pudo evitar cuestionarse si tal vez no era tan heterosexual como siempre había creído.

Para aclarar su mente, decidió salir solo a tomar algo una noche. En el bar, se sintió incómodo al notar la presencia de varios hombres homosexuales, una realidad que parecía haber ignorado hasta entonces. Se preguntó si el hecho de que los haya visto por primera vez revelaba una verdad oculta sobre sí mismo, una verdad que había reprimido por temor, quizás porque cada quien ve lo que quiere ver por lo que el realmente quiere verlos.

La incomodidad y el miedo lo hicieron mirar a su alrededor, chocando miradas con un homosexual. Sintió escalofríos instantáneos, lo que lo confundió más. ¿Sería eso mariposas en mi estómago? No sabía, pero desde entonces notó que aquel gay no dejó de mirarlo. Los ojos de él y su grupo eran cuchillos afilados que perforaban su alma. Esto lo movió a pedir la factura, pero justo antes de irse rápidamente se le acercó uno del grupo y le saludó. Nervioso, decidió saludarle y rápidamente despedirse para irse.

Nuestro protagonista no pudo dormir aquella noche pensando en la razón por la que aquellos homosexuales habían tomado atención en él, incluso habían decidido hablarle. Era un dicho popular que la mejor brújula homosexual la tiene un gay. ¿Será que saben algo que yo no sé? ¿Por qué decidí ser amable con él? ¿Es mi ropa?

Desde entonces en la intimidad de la cama al lado de su mujer notaba una leve presencia. Un aire frío que le recorría la espalda como si alguien más los acompañara. Él todavía no lo sabía, era su fantasma. No tuvo sexo por meses después de aquel suceso. No podía concentrarse, su confianza estaba en el piso y cada día que pasaba su miedo crecía aún más, era un reloj que le atormentaba y le recordaba su verdadera identidad.

Pensaba en ocasiones llamar a sus amigos para despejar la mente, pero su cabeza le decía: ¿para qué? ¿Será que se quiere acostar con uno de ellos? Tenía miedo a sus supuestas verdaderas y escondidas razones. Por lo que siempre decidía quedarse en casa.

En la oscuridad opresiva de su habitación, la luz fría de la pantalla del celular destellaba como un faro perdido en la niebla. Cada vez que deslizaba el dedo, el algoritmo desataba un torrente de imágenes de moda masculina, lo que le resultaba doloroso: esas imágenes, aunque fruto de que le gustaba vestir bien, ahora le parecían un intento subconsciente anterior de ver hombres atractivos y no ropa. Las sonrisas junto a amigos y los buenos momentos con ellos ahora congeladas en el tiempo, tomaban ahora un significado perverso.

Las redes sociales, que alguna vez prometieron conectarlo con el mundo, ahora lo mantenían prisionero de la ansiedad. Las películas que antes le entretenían ahora poseían demasiados temas que tocaban fibras sensibles de homosexualidad, parando así, en cada escena, su corazón. Las sugerencias de series, videos o imágenes parecían dirigidas directamente a él, evocando temas que tocaban lo más profundo de su ser y lo mantenían en un estado de alerta constante. Al fin y al cabo, era un algoritmo que, según dicen las fuentes tecnológicas, te conoce mejor de lo que te conoces tú mismo.

El fantasma le habia atrapado en un bucle, donde cada interacción social parecía conspirar en su contra y sus pensamientos obsesivos se negaban a desvanecerse. La simple acción de vivir se había convertido en un acto de auto-tortura. Temía sobreanalizar cada interacción, cada imagen y cada palabra. Haciéndose más corpóreo el fantasma.

Con el paso del tiempo y en la penumbra de su cuarto, se preguntaba si alguna vez podría escapar de ese fantasma que sentia y que le prometía, sumergirlo en sus peores temores.

Las pantallas que una vez traían alegría, escapismo y conexión, ahora lo mantenían anclado en un presente distópico donde él no era quien decía ser, pero donde todos sí lo sabían.

Para él, cada día era una lucha contra el fantasmal cuerpo de prejuicios y la neblina de representaciones mediáticas que moldeaban la percepción colectiva y que sabían mejor que él quién era realmente. Su mente, atormentada por el fantasma, era un laberinto oscuro del que no podía escapar.

A pesar de todo, aquel hombre no albergaba odio ni resentimiento. Su corazón estaba lleno de un deseo profundo de comprensión y de un respeto mutuo que parecía esquivo. A través de la oscuridad y la tormenta, buscaba la luz de la verdad y la reconciliación. Pero cada intento de hablar le traía más censura y etiquetas insultantes.

En un momento de desesperación y agotamiento emocional, sintió al fantasma en la habitación. Estaba cerca en su espalda. Su corazón, ya debilitado por el constante estrés y la ansiedad, latía con una intensidad dolorosa. La respiración entrecortada y las manos temblorosas reflejaban el miedo de aquel fantasma y la lucha interna que libraba por ganarle al fantasma.

Pero esta vez estaba muy cerca como para ignorarle sentía su presencia acercándose a cada paso, su respiración se agitaba, hasta que no sintió nada solo silencio mental.. de pronto un dolor punzante que venía desde atrás hacia delante, en el pecho, lo dejó sin aliento. Así terminó la historia, atrapado en una distopía personal donde la tecnología se había convertido en su verdugo silencioso, y donde el pasado y el presente se entrelazaron de manera fatal hasta su último aliento.

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