El dictador con ayuda de la inestabilidad política y apoyo militar logró dar un golpe de estado exitoso, derrocando al presidente democráticamente electo e imponiendo su voluntad. La transición fue difícil para el país y no todos estaban de acuerdo con los cambios pero con promesas y mano de hierro aseguró su continuidad en el poder.
Ya habituado a su posición y como era de costumbre recibía personalmente los informes sobre la situación del pais: todo estaba en orden, la economía iba viento en popa y cada ministro anunciaba crecimientos nunca antes vistos. Había un ministro en especial que era muy vocal sobre las deficiencias del gobierno y aseguraba en sus informes que las cosas según su punto de vista, no estaban bien.
El dictador pensaba que este ministro no estaba haciendo su trabajo correctamente y debía hacer algo al respecto por lo que lo llamo a su oficina.
En esa reunión el dictador dejó claro que el problema es solo en su ministerio, lo que el ministro con pruebas en mano refutó. Según las estadísticas presentadas las cosas estaban a punto de irse por el caño, por lo que le planteó una estrategia de ataque. Terminada la reunión el ministro se fue muy satisfecho con lo acontecido y con la sensación de haber hecho su trabajo bien. Esa misma noche fue la última vez que se supo algo del ministro.
Tan pronto el ministro desapareció los problemas del dictador desaparecieron, estaba con mejor ánimo, se sentía más agusto que nunca en la posición y nadie ni nada le quitaba el sueño. Sus políticas aprobadas siempre a unanimidad eran cada vez más narcisistas e impopulares, la presión era gigantesca pero no había nadie que dijera nada, el dictador pensaba que era el mejor presidente y no cometía errores. Con ese orgullo, un día se fue a dormir pero no despertó. Había sido mandado a asesinar por uno de sus ministros favoritos que ante la inacción de su superior decidió tomar las riendas y salvarse.